sábado, 18 de junio de 2016

GATOPATO Y LA PRINCESA MONILDA




Una vez, en el bosque de Gulubú, apareció un Gatopato ¿Cómo era?
Bueno, con pico de pato y cola de gato. Con un poco de plumas y otro poco de pelo. Y tenía cuatro patas, pero en las cuatro calzaba zapatones. 

¿Y cómo hablaba? Lunes, miércoles y viernes decía miau. Martes, jueves y sábados decía cuac. ¿Y los domingos? Los domingos, el pobre Gatopato se quedaba turulato sin saber qué decir.
Una mañana calurosa tuvo ganas de darse un baño y fue hasta la laguna de Gulubú.
Toda la patería lo recibió indignada: - ¿Qué es esto?- decían los patos -, ¿un pato con cola de gato?
Y era lunes, el Gatopato contestó: miau, ¡Imagínense!
¿Se imaginaron?
Los patos se reunieron en pandilla y le pidieron amablemente que se marchara, porque los gatos suelen dañar a los patitos.
Y pobre Gatopato se fue muy callado, porque si protestaba le iba a salir otro miau.
Caminó hasta un rincón del bosque donde todos los gatos estaban en asamblea de ronrón, al solecito.
Y como el Gatopato los saludó diciendo miau, lo dejaron estar un rato con ellos, pero sin dejar de mirarlo fijamente y con desconfianza. El pobre Gatopato, naturalmente, se sintió incómodo entre tanta gente distinguida.
Muchos días pasó el pobre Gatopato completamente turulato y llorando a cada rato adentro de un zapato. Hasta que una tarde pasó por el bosque la princesa Monilda, vestida de organdí, y lo vio, llorando sin consuelo, a la sombra de un maní.

- ¡Qué precioso Gatopato!- dijo la princesa.
- ¿De veras te parezco lindo, princesa? – preguntó el Gatopato.
-¡Precioso, ya te dije!- contestó la princesa.
- Sin embargo, aquí en el bosque nadie me quiere – se lamentó el Gatopato.
- Si quieres, yo te puedo querer – le dijo la princesa cariñosa.
- Sí, quiero que me quieras – dijo el Gatopato -, siempre que tú quieras que yo quiera que me quieras, princesa.
- Yo sí quiero que me quieras, - dijo la Princesa.
- ¡Qué suerte! – dijo el Gatopato.
- Hacía años que quería tener un Gatopato en palacio – dijo la princesa.
Y lo alzó delicadamente, le hizo mimos y se lo llevó a palacio, donde el Gatopato jugó, trabajó, estudió y finalmente se casó con una sabia Gatapata. La princesa cuidó a toda la familia gatipatil, dándoles todos los días una rica papilla de tapioca con crema chantilly.
Y todos vivieron felices hasta la edad de 99 años y pico. Y de este modo tan grato se acaba el cuento del Gatopato.

María Elena Walsh.

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